(webeado) |
Cerdo solo hay uno, o la historia de un empleo que no me duró ni un mes
Hace poco más de un año fui despedida de un puesto burocrático al que me aferré algún tiempo, con expectativas de jubilación y otras necesidades de consumo superfluo e ilusiones de estabilidad monetaria que nos inculcan los jefes y patrones, conceptos que llegan a ser tan fuertes como los que apuntalan unos lazos matrimoniales que no nos atrevemos a romper aún cuando la violencia sea la constante en la mayoría de los matrimonios.
Habiendo renunciado hace muchas décadas a las relaciones de pareja destructivas, no pude percibir que había entablado relaciones laborales de esa naturaleza, cuando comencé aceptar los múltiples abusos de un pequeño jerarca al que nombré El Cerdo S.A., quien permitió y fomentó contra mí el delito todavía no tipificado pero ahora tan de moda, llamado mobbing (o ataque en manada) que algunos reporteros confundieron con el buyilling en la cobertura reciente al asesinato de un niño en Huehuetenango.
El proceso de acoso laboral terminó con mi despido, que si bien al principio me dejó secuelas de tristeza y desvalorización, pocas semanas después me permitió volver a ser quien era cuando inició el acoso, aunque había recibido tantas señales de alerta que debí salir corriendo antes de firmar el primer contrato, pero me detuvieron los “imaginarios” que como antes decía, construyen los poderosos para mantenernos en nuestro lugar, como obedientes y sumisas criaturas que se arrastran con la ilusión de la estabilidad.
Como lógica consecuencia de las constantes humillaciones y devaluaciones de mi trabajo (que sin embargo era presentado dentro de los logros de la unidad y tomado como modelo para los formatos de diversos productos), me convertí en alguien que jamás quiero volver a ser. Una mujer amargada, prematuramente envejecida, llena de odio y sin ganas de vivir. Una pobre empleada que todos los días regresaba a su casa “dentro de una gabardina con manchas de soledad”
Una persona triste y resentida, con trastornos digestivos y dolores de espalda, además de malos sentimientos hacia un montón de gente que finalmente no debiera estar por ningún motivo entre los protagonistas de mi película. Pero el despido me sanó y me fortaleció. Sobre todo, me dejó como mensaje fundamental el saber que mi bienestar es generado desde mi interior y que no se encuentra en ningún empleo. Por el contrario, si un empleo perjudica ese bienestar, es necesario renunciar.
Luego de muchos meses realizando varias actividades, desde la venta de mis jabones y cremas hasta la edición de textos y una consultoría de seis meses, me aceptaron en un puesto para el que tengo la experiencia de muchos años y que, si bien con un sueldo bajo, era lo que me hubiera gustado hacer en los próximos dos o tres años.
Muy pocas horas después de contratada, percibí y comencé a sufrir las consecuencias de trabajar en equipo con un grupo bastante amorfo y descabezado, anárquico en el mal sentido y con las características para convertirse en una segunda edición del grupo liderado por el Cerdo S.A. con todo el elenco, incluso el joven delfín para quien yo sería “el niño de azotes”.
Al terminar la segunda semana en el nuevo empleo que tantas expectativas alegres me había generado, estaba totalmente agotada y con un comienzo de dolor en la espalda. La actitud distante y despectiva de quien sería mi jefe, que pese a demostrarme total desprecio se había expresado muy bien de mi trabajo ante los demás, me hizo olfatear que muy pronto estaría de regreso en Xibalbá, convertida en víctima voluntaria de un sistema que aborrece la honestidad y la ética laboral, pero que sobre todo se ensaña contra la rapidez en la ejecución y la creatividad.
Me alejé despreocupadamente, sin mayor protocolo y guiada por el impulso de sobrevivencia que aprendí a cultivar en este último año.
(webeado) |
Como respuesta a la primera orden arbitraria, en plena reunión, me levanté y dije que no podía seguir en ese lugar y mejor me iba para mi casa. Recogí mis cosas y salí, sintiendo la dignidad que sentimos al ejercer nuestro derecho a decir que no a los pequeños jerarcas surgidos al amparo de las burocracias, que trasladan los costales de su ineficiencia y desconocimiento a los que están situados en la jerarquía inferior, quienes como si fueran peones coloniales deben adivinar sus pensamientos y temblar ante sus enojos.
Me alejé sin preocupaciones y espero seguir de esa manera. Manteniendo una salud envidiable a pocos días de llegar al medio siglo, con ocupaciones agradables que me permiten sobrevivir y sobre todo, con la certeza de que Cerdo solo hay uno y que jamás volveré a permitir que un jefezuelo cualquiera trate de aplastarme con las botas de su mediocridad.
Me encanto Tana, esa es la Tana que yo quiero y admiro tanto (uste' sabe que yo siempre la he admirado!) y asi quiero ser yo... algun dia cuando me crezca un par extra de ovarios
ResponderEliminaraaaaajuuuuuaaaa