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Y entonces fue cuando descubrimos
que no existía Santa. Claudia,
con oso celeste (Lima, diciembre de 1969) |
Mi papá era un patojo que estudió interno unos años durante la primaria. Su casa era el casco de una pequeña finca cafetalera a treinta kilómetros por lo que debía pasar la semana lejos de mi Tita y sus hermanos menores.
Esos oscuros años de interno y luego de “cuartainterno” los vivió bajo la protección de su hermano Juan Manuel, que lo defendía de los grandulones. Ya como cuartainternos, los dos hermanos se quedaban a dormir entre semana en la casa de sus tías abuelas Rosita y Nomeacuerdo Orantes “dos viejas muy tacañas y con mucho, mucho pisto”.
Cuando finalmente don Paco compró una casa para que sus otros cinco hijos estudiaran en la capital, mi papá ya estaba en lo que entonces se llamaba prevocacional, en el colegio del “Loco Silva”, donde los vestían con horrendos disfraces militares para marchar el 15 de septiembre, según contaba. En ese colegio conoció y se hizo amigo de mi tío Rudy, quien le presentó a mi mamá, su hermana menor, que estudiaba el sexto de primaria en el Sagrado Corazón.
Cuando mi papá se graduó del bachillerato recibió una camionetilla nueva como regalo, pero la vendió muy pronto, porque tenía varias aversiones fuertes y posiblemente la principal era hacia las posesiones. Otras dos cosas que no toleraba eran la rutina, las ceremonias y la cursilería.
A los veintisiete años era médico veterinario y zootecnista y estaba casado y con tres hijas. En 1968, cuando cumplía veintiocho, la excelencia de la tesis que presentó para graduarse le valió una beca en la universidad de San Marcos de Lima. Pocos meses después de irse, mandó a buscar a su esposa y sus hijas.
Algunos de los recuerdos más marcados de mi infancia son de Lima, donde gobernaba Velasco Alvarado y por eso se encontraban libros como el diario del Che, recién publicado. Playas de arena blanca. Playas de rocas que formaban piscinas naturales. Un pelícano haciendo popó en la cabeza de un hombre que iba en nuestra misma lancha, en el puerto del Callao.
Y muchos museos con esculturas enormes que durante varios años fueron parte de mi pesadilla nocturna recurrente. Y balcones de madera que parecían de encaje en tortuosas calles coloniales. Anticuchos, picarones, incacola. Posiblemente por esos recuerdos es que las novelas de Mario Vargas Llosa me atrapan y son una parte tan importante de mi vida.
Dentro de los universitarios que eran nuestros vecinos había algunos militantes comunistas que pronto se hicieron amigos de mi papá. Uno era boliviano y se llamaba doctor Santa Cruz y el otro Enedino y era peruano. También estaba el chileno Lucho. Algunos eran becados y otros catedráticos, pero casi todos tenían a sus familias en Lima, viviendo en Salamanca de Monterrico, una colonia donde los vecinos trabajaban o estudiaban en la universidad. Todos tocaban muy bien la guitarra y algunas veces emborrachaban a mi padre, el más joven del grupo.
Fue en Perú donde supe que se podía vivir sin refrigeradora y sin tele y donde la Paty descubrió que no existía Santa Claus. Poco antes de la navidad, la Paty vio a mi papá entrando sigilosamente, tratando de esconder los paquetes donde llevaba nuestros juguetes de Navidad.
Al ver que llevaba osos y pelotas salió corriendo y gritando: “Santa no existe, Santa no existe”. No recuerdo que explicación nos dieron pero mi papá nos llevó al patio, donde mi mamá nos tomó la foto con los juguetes que mi papá había tratado de esconder para darnos en la mañana de Navidad.
La vida de toda nuestra familia cambió radicalmente a partir de ese año en Perú. Las fotos se quedaron por décadas en calidad de negativos, viajando en diferentes maletas a México, La Habana, Costa Rica y no sé a donde más, hasta que Claudia y Jon comenzaron a restaurar los negativos con mucha paciencia.
Yo soy una gran impaciente. Aunque mi hermana diga que todavía le faltan retoques, a mí me gustó mucho la foto y quiero compartirla, me trae muchos y muy buenos recuerdos de la mejor parte de mi infancia, cuando apenas comenzaba a entender la diferencia entre lo real y lo imaginario. Gracias hermana por la foto y los recuerdos.